Tuesday, February 11, 2014

"UN OJO EN IA PAIMA DE MI MANO" Poetry collection in Spanish, 2009. Translated by Ivonne Martin



BUDAPEST. HUNGARY. 2009. 29th
WORLD CONGRESS OF POETS

Un pincel

Espérame a la puerta del Cielo.
Allí está mi pincel.
He estado buscando la tinta,
difícil de hallar, para pintar el más allá.
La he buscado en el mundo humano.
He intentado destilarla de la hierba del templo.
Y, con melancólico respeto,
y cansado de esperar, ansioso camino
para recoger mi pincel.
Allí está mi pincel...


Ojos dorados

Abriría los ojos de la luna como un escultor de estatuas de Buda,
mas si ésta no nos viera, ¿cómo podríamos ser dichosos?
Abriría los ojos del universo como un artista,
mas si éste no quisiera vernos, ¿cómo podríamos ser felices?
Fui puro devoto de la tierra de la nieve fresca,
tomé una vela en busca de la luz interior.
Esta vida de mentiras voló al infinito del sentimiento,
podando las pimpinelas de mi deseo.
Fui escultor de estatuas de Buda, abrí los ojos de la hierba;
ya había llegado, variando el color de las ondulantes hojas,
calmando los remolinos de niebla del pasado otoño.
Mas en mi frente
dibujé ojos dorados.


Preguntas

¿Con qué mano habrán de corregir
esta idea del universo puro?
¿Cuándo habrán de absorber
complacidos nuestra pureza humana?
Ustedes los Budas, que tienen tantas manos,
susurran casi en silencio.
¿Sufrieron acaso mientras aguardaban que aprendiéramos,
mientras olvidábamos la lengua de sus corazones salvadores?


La hierba crece en el este
para el poeta taiwanés Yu Hsi

La hierba que crece en el este
en oleadas amarillas
se postra y se inclina
durante largo tiempo
ante el este glorioso.
Apoyo mi dolorida cabeza
en su cálido pecho.
Ella acaricia mi frente
con sus amarillentos dedos,
mientras mis lágrimas caen, cada vez más gruesas,
hasta cubrir el suave liquen.
Una pena interna
remonta las olas
hacia el este,
marcando mi tibio cuerpo,
y una multitud de saltamontes se congrega
en los silenciosos eones,
dispersando la luz
en el instante final de reposo…

Y, durante algún tiempo por llegar,
su rostro inalterable
en oleadas de oro,
crecerá la hierba en el este.




Bella que dormita

Tocar el cuello argentado
de la bella que dormita
fue mi eterno deseo,
y mis propios versos de plata
como una vela iluminaron el camino.
Mi propia amada, por sí misma,
modeló la portentosa luna vespertina
y, conmovido por el instante,
le ofrecí al Buda un cirio jubiloso,
una antigua plegaria,
mientras llenaba el silencio los espacios
entre las alegres hojas.
Sin embargo, otros deseos
aún angustian al osado vagabundo…
Toco el cuello argentado
de la bella que dormita,
mas mi eterno deseo queda insatisfecho.
Toco sus labios…



Aquella

Mientras sufro sentado con la hierba otoñal,
alguien me deja.
Dije que abandonaría mi terrible pena,
que olvidaría a esa persona, mas no pude.
Aquella que conmigo recorriera el sendero del Cielo.
Aquella que me acompañara en la tierra del Cielo.
Aquella que me protegiera entre los salvajes.
Aquella que fuera la hierba del este.
Aquella que regresara antes de lo esperado.
Mi única amiga es la luna.


Sueños

Contemplo tu belleza... pero
a la luz de tu cirio,
los monjes vuelan,
y el vacío es paz,
y el vacío es paz, dicen.
Contemplo tu belleza... pero
a la luz de tu dedo,
los espíritus vuelan,
y el vacío es paz,
y el vacío es paz, dicen.
Contemplo tu belleza... pero
a la luz de tu progenie,
los grandes Budas vuelan,
y el vacío es paz,
y el vacío es paz, dicen.
Belleza mía…


Yo

El mágico pincel dorado del sol
abre mis ojos cada mañana.
El Buda ha terminado de dibujar;
me enjuaga la cara
con especial honor,
como si mirara al mundo, compasivo.
La humanidad es un día más vieja;
las flores se marchitan sin ver realizados sus deseos.
Pero cada mañana tomo en mi mano,
más preciada que cualquier otro bien,
la llave que abre los cielos interiores,
y la pongo a un lado cuando llega la noche.


Cada día

¿Cómo puede el sol radiante salir cada día,
sin hastiarse de nosotros?
Y cada día, ¿cómo puede soportar
el placer de nuestra mente de león furioso?
Es un excelso pensamiento intemporal.
Es una espontánea ternura celeste.
Cada día llena de esperanza
al áureo sol brillante.
Es para nosotros un manojo de sublimes secretos.
Mas, ¿cuándo los descifraremos…?



Un enorme elefante blanco

Un enorme elefante blanco
ha pasado por el mundo.
Se ha marchado con la calma
del majestuoso mar.
Se ha marchado, desarraigando
la  serenidad de la tierra.
Se ha marchado, sacudiendo
el rocío de las hojas más altas.
Ha vuelto, perturbando a los dioses solares.
Se ha marchado, apoderándose
de templos dorados, resplandecientes de sangre.
Se ha marchado, despertando
grises picos cubiertos de nieve.
Se ha marchado, cerrando los ojos del poderoso.
Ha vuelto, estremeciendo Oriente y Occidente.
Un enorme elefante blanco
ha pasado por el mundo.
Un enorme elefante blanco…



Canción de la vela

Mi corazón de cuarzo está enfermo;
a tu alrededor,
una vela rezuma…
Sobre mi cabeza,
como desprendida del aliento del Buda,
una pequeña y divina llama amarilla.
Ésta es mi meditación,
un autodescubrimiento;
éste es mi amor,
por el bien de tu honra;
y ésta es mi pureza,
mi vulnerabilidad pulsante desde adentro.
Amando…
purificando…
meditando…
Mi corazón de cuarzo
sutilmente se llena de luz amarilla,
y en el plateado vacío de esta vela
vive un eterno liquen verde.


Mi corazón de cuarzo está enfermo,
enfermo de esperar por una mariposa;
y a tu alrededor,
soy una vela que rezuma.


Nieblas

No puedo decir
cuándo se desvanecerán las nieblas
con nuevas de ti,
y comprendo que quizás nunca lo hagan.
Nieblas…
nieblas en estratos…
Cuanto más sé que estás bien,
más me invade el deseo.
Quiero llegar más allá
como a una aguja de plata.
Pero… mi consuelo está lejos,
traspasadas las nieblas,
y sin duda nadie hay allí.
Esta bella noticia de ti se ha adentrado en mi dulce corazón.
¡Increíble que una perla me creciera dentro del pecho!
¡Oh, pálidas nieblas,
dicha mía!




El báculo de oro

Se mece con el viento la fina nieve fresca.
¿A dónde fueron las melodías silenciosas?
Mi mente vuelve a inquietarse,
a la deriva, con mirada de león…

Despliegan sus pétalos las flores fragantes.
¿A dónde fue la risa cantarina?
Mi mente vuelve a gritar,
ardiendo con furia de león…

Oran los cielos claros y pletóricos.
¿A dónde fueron los susurros sosegados?
Mi mente vuelve a estar impasible,
inflamada con orgullo de león…

¿Dónde se oculta el báculo de oro?
Sí… en mi tercer ojo.


Tristeza

He venido a rastras hasta ti,
a través de orgullo y repentinos fríos,
a través de los tintes del mundo
y de la extinción de los sueños.
Deseo amarte con la dulce ternura
que únicamente puede morar en un ser humano.
Sólo por esto gime mi corazón:
no haber podido amar a nadie más.
Lamento no ser golondrina en la agreste estepa,
no poder surcar los cielos para unirme a otra.
Deseo amarte,
abrir los ojos de los Budas en posición de loto.
Poseo una tormenta mágica…
Pretendo que en la nieve un lirio alce la vista.
Poseo un luminoso vendaval…
Deseo amarte, pero
en la vaga sonrisa de este instante,
no puedo acercarme a ti.
Con esta fría oleada de orgullo,
no es posible llegar a tu lado.
Solamente deseaba amarte…


Cuando la hierba de primavera se matiza de azul

Cuando la hierba de primavera se matiza de azul,
vuelan hacia ti los sensibles poemas del ruiseñor.
Eres la estepa de la tierra natal, los rayos del alba;
eres el viento familiar, las nubes argentadas;
eres la tierna luna, el rocío sobre las flores;
eres simplemente, simplemente el radiante cielo.
Éste es el rumbo del último vuelo de mi corazón,
vibrando hacia la eternidad.
Éste es el rumbo de mi último pétalo, azotado por el granizo.
Vuelan hacia ti los trémulos poemas del ruiseñor
cuando la hierba de primavera se matiza de azul.



Mientras yo observaba

Mientras yo observaba,
un hombre de extraño brillo
surgió de donde te encontrabas,
mas adónde se marchó, no sé,
y sentí en lo profundo
que jamás volvería.
Mientras yo observaba,
un extraño Buda de luz
se elevó de tu cuerpo,
mas dónde había estado, no sé,
y este hombre de amor
de repente sintió afecto por ti.
Mientras yo observaba,
un extraño pez de cristal
cayó de tus ojos,
arrojó luz sobre ti, que tanto te conozco,
y entonces de súbito advertí
que era éste un mantra.



Mientras yo observaba,
una extraña filigrana de oro
cayó de tus manos,
y el espíritu de la tierra,
de un salto adelante, la desapareció.
Mas mientras tú observabas…


Ahora voy

Ahora voy a entrar
al cielo azul.
¿Cómo podré transformarme
en este color celeste…?

Ahora voy a entrar
al cielo azul.
¿Cómo podré perderme
en este color celeste…?


Hallé un ojo en la palma de mi mano

Hallé un ojo en la palma de mi mano.
Y ahora, ¡oh!,
he dejado de mirar al cielo.

Hallé el sol en mi párpado.
Y ahora, ¡oh!,
he dejado de mirarme  a mí mismo.


La azul frontera de la trascendencia

No iré más allá del cielo azul.
Un zorro de fieltro me sigue, llorando.
Detrás vienen plegarias suplicantes, llorando.
Detrás viene una azulísima hoguera de estiércol, llorando.
En lo alto, el conejo de la luna me sigue, llorando.
Detrás viene la leche del cazo, llorando.
El aroma del azafrán me sigue, llorando.
Detrás viene el caballo galopante que tanto ansío, llorando.
La fuerza de los nómadas me sigue, llorando.
Detrás vienen los ojos lacrimosos.
No iré más allá del cielo azul.
La calma y el sosiego me siguen, llorando.
Detrás viene el león que guarda nuestras arcas, llorando.
Detrás viene la tierra morena, llorando.
Detrás viene mi sangre roja, llorando.
Los muros circundantes sobre la verdinegra hierba
me siguen, llorando.
No iré más allá del cielo azul.
No iré más allá del este azul,
pues es mi eterno pabellón celeste...

No iré más allá del cielo azul,
pues es mi azul frontera de la trascendencia...


Ante la espada

Me tendería a mirar el familiar cielo azul,
y pensaría
cómo ya no tengo una preciosa puerta
que se vuelva a abrir.
¿Desde qué punto interno centelleó
una luz pura y poderosa,
cual si llegara al Buda,
cual si penetrara en Shambala?
Hermosa,
cómo abrí la puerta,
pero tu arrogante espada
cercenó mi mandala al claro de luna,
¿y adónde podré ir ahora?
Lentamente arrancas de mi tronco
las hojas encarnadas de pasados otoños.

         

                       


Los corceles del tiempo

Los corceles del tiempo, esta vez,
relinchan a mi lado, y estoy triste.
No sé si este pequeño planeta, en espejismo de blanca leche,
atravesará girando el universo en un millar de años.
Quizás no logre descifrar este planeta nuestro, tan azul,
pero en un millar de años no sabré
si habrá neblina en Xiongnu.
Los corceles del tiempo, esta vez,
relinchan a mi lado, y estoy triste.
No veré nacer a los famosos
en esta gran nación, en un millar de años.
No sabré, en un millar de años,
si la hierba crecerá en Sumbe.
No presenciaré el sufrimiento del mundo,
aunque nazcan muchas niñas bellas.
Ahora, ni siquiera advierto la caragana,
con su dorado brillo sobre la estepa.
Los corceles del tiempo, esta vez,
relinchan a mi lado, y estoy triste.


¿Quién asirá el pincel del vasto cielo azul
para pintar un millar de años de júbilo y miseria?
¿Quién unirá los poderes de Oriente y Occidente,
y aliviará el dolor de este poeta subversivo?
Los corceles del tiempo, esta vez,
relinchan a mi lado, y estoy triste.



El azul cielo del este

Soy el azul cielo del este.
Duermo de pie como un caballo.
Me despierto como los pájaros.
Contemplo como los Budas.
Soy el cielo azul…
De nuevo derramo bendiciones sobre los montes.
Soy azul, textos azules.
Disipo el miedo en la cima del mundo.
Soy un pequeño zorro azul celeste.
No hago caso de lo que se dice
en este árido mundo eterno,
callado como un pez.
Estoy cansado de perder lo que es preciado,
de ser movido
con los vientos finitos…
Me inspiran temor estos hombres
necios y poderosos
que todo el tiempo sonríen.
La gente se esquiva mutuamente;
el arco de luz se ha esfumado en el ribete de oro,
y estoy adolorido.
Soy el azul cielo del este.
He aplacado la actividad del mundo:
soy el cielo azul de las ovejas.
Rujo y protejo el este:
soy el cielo azul de los leones.
Y, ¡oh!, este rebaño humano
ha arrancado un cuadrado de cielo,
y yo los he unido.
He abierto el cofre dorado,
derramando lágrimas ante mis amargas órdenes.
Soy el azul cielo del este.
La bendición de las flores entrelaza mis piernas.
¿Acaso hay luz en el rostro
del apacible Buda de los nómadas,
sus manos como flores de loto sobre el pecho?
Me he alejado de ti
con sutiles halagos,
y con amor me acerco a ti,
sosteniendo tus cabellos en mis manos.


El este

Sobre mi hombro izquierdo,
el espíritu de la paz.
Sobre mi hombro derecho,
el músico gris del amor puro
está sentado en posición de loto.
Soy el este de oculta quietud.
El oeste es mi temor:
se ha robado los rayos dorados de mi aurora.
El oeste es mi ansiedad:
ha privado de alegría a mi familia
y ha cambiado la modestia de mis niñas mimadas.
El oeste es mi amigo querido:
cuida de mí constantemente.
El oeste es mi preciado camarada:
me ha enseñado a aferrarme a la estepa cubierta de hierba
y a las montañas nevadas.
Yo soy el este.
El secreto de la luna y la tristeza del cosmos
son mis ornamentos esenciales...
La noche clara y la callada estepa
son los dones de mis ancestros…
El cielo es mi honda filosofía,
donde se escucha el aliento sagrado del Buda.
La Osa Mayor agita
el eco de mis copiosas lágrimas.
La puerta de bronce del mundo se abre de un crujido,
y las doradas almas de los transeúntes entran a mí.
Yo soy el este.
No escondo nada bajo mi manga,
mas guardo tiernos besos y heridas de amor.
La luna conoce mis secretos,
y conoce los secretos de la mujer bella;
y sabe cómo me postro de rodillas,
envuelto en niebla azul,
ante la mujer encinta;
cómo me purifico al toque de un melodioso tambor,
y con poderosos ritos,
alrededor de los caballos y una hoguera.
Yo soy el este.
No temo al viento impermanente,
cuyo frío aliento llega eternamente del oeste;
y la ansiedad de mis caballos…
desconozco su miedo.
Yo soy el este.
Soy la gruesa serpiente de oro
que saborea la leche,
enroscada tras la tienda de un nómada.
Soy el demonio astado
que ocupa la tierra gris de Xiongnu,
renovando el verde mundo donde se alzaran las tiendas.
Yo soy el este,
 entrelazado en la mágica luz del sol y la luna.
Nada puede destruirme.
Me protege en secreto la sabiduría divina.
Nada puede cambiarme.
Yo soy el este.
Soy un muro de sándalo erguido.
Soy una viga de roja madera de sándalo.
Soy una brecha para el humo del sándalo.
Yo soy el este…
¡EL ESTE!


Espíritu de la tristeza

Hay un espíritu
en lo alto de los cielos
que se ha complacido
en la brillante desnudez del ser humano.
Se ha complacido
en las estrías de la luna llena.
Se ha complacido
en los cambiantes colores del pasto.
Se ha complacido
en la fortuna de las generaciones.
Se ha complacido
en el renacer del sol.
Se ha complacido
en el volcán en medio del apacible azul.
Y, ¡oh!, existe un gran espíritu de la tristeza
al cual irrita la calma de los mares.
Lo irritan
la serenidad y el lento crecimiento de las flores.
Lo irrita
la imperturbable mirada de mil Budas.

Lo irritan
la sombría estepa y el solitario lobo.
Lo irrita
que las áureas estrellas se dediquen a brillar.
Lo irrita
que los ojos no lloren.
Y, ¡oh!,
lo irrita que la tierra gire y gire.
En el intenso azul de las alturas,
hay un espíritu
semejante al que llevo en el corazón.






Un repentino cambio de actitud

La cabeza del caballo en el ovoo se torna blanca,
se torna realmente blanca,
como si nada hubiera ocurrido en el mundo…
Como encontrar la paz,
como la quietud de los garañones,
la cabeza del caballo se torna blanca.
Esta divina criatura
echó hacia atrás la cabeza.
Esta torpe criatura
olvidó relinchar.
Graba en su dorado cráneo la frase “se ha marchado”.
¡Oh…!
La niebla primaveral cuelga como ropa lavada.
Trota, relincha;
su mente ha tomado este rumbo;
su fiero y palpitante corazón
ha tomado aquel rumbo.
El mundo lo ha dejado vacío.
Tal como a mí me ha dejado,
me ha dejado…

Tal como mi áurea conciencia,
que inscribiera este destino mío,
toma este rumbo.
Tal como mi tierno corazón,
que buscara aquel dulce amor mío,
me ha dejado atrás.
Así toma aquel rumbo mi amada,
esparciendo mis cantos y mis lágrimas.
Las hojas del pasto,
meciéndose morenas en mi natal estepa,
susurran inquietas
que aquella que pasó ya fue olvidada,
¡pobrecilla…!
La cabeza del caballo en el ovoo
y la luna
se tornan blancas sobre las colinas solitarias.









Tu visitante

De cada instante,
fulgurando en oleadas de argentado poder,
la gente tan cordial,
los Budas tan apacibles,
un cielo tan despejado…
un par de mejillas tan encarnadas,
vecinos cercanos tan afables,
una tierra tan pura en meditación,
una montaña tan alba en piedad,
tan íntima en cada momento,
belleza interna de una carta…
Cuando te conocí,
en un estudio de hojas de un rojo tan intenso,
para ti solo existía yo,
siete curvas de un centelleante arco iris;
hombre de azul tan celeste:
ven del este,
no vengas de otro sitio…



A la luz de la luna

Triste estoy a la luz de la luna,
sentado a horcajadas en un árbol de sándalo.
No soy el último simio,
deprimido por la ausencia de fragancia.
En la tierra donde los humanos se tornan pasto,
la madera se convierte fácilmente en piedra.
Y ahora, en calma, alzo la mirada.
Ya la bella luna le ha dado paso al sol.


En el viento de otoño

Las hierbas blancas
que se desvanecen en el viento de otoño
se parecen mucho a mí.
Las hojas encarnadas
se parecen a mí.
Las alas de las golondrinas
se parecen a mí.
Sobre la caravana,
los rayos de luna se parecen a mí.
Así pues, aunque este hombre de cuarzo
vive en mí,
es muy diferente a mí,
muy diferente…
Solo en el viento de otoño…


A un cachorro

Una sutil nube blanca que cansada se desplaza
de este lado del sol naciente,
para ambos, es alegría;
para mi cachorro vagabundo, es dolor…
Contemplo la sonrisa de mi criatura,
corazón escindido de un tierno corazón,
pedazo de mi propia carne amada.
Bajo la esfera lunar,
te echas a mi alrededor como una pared,
mientras tus cachorros soñolientos
te exprimen las tetillas.
Y sólo para nosotros dos,
habrá dicha y desdicha.
Un paisaje tal
nos abarca a ambos,
mi brisa errante…
Hoy soy un hombre, mas tú eres un perro.
Mis huesos serán enterrados;
el viento otoñal enredará mis cabellos,
y restaurará mi alma
en la fortaleza del cielo.
Ambos somos semejantes
en mi casa de piedra,
nosotros dos…


A la puerta de la tienda de campaña

A la puerta de la tienda de campaña,
sosteniendo un farol dorado,
a la luz de mi farol dorado puedo ver
que vienen los ancianos,
montados en altas nubes blancas.
Una tierna criatura, aún con olor a leche,
viene atravesando el océano lácteo.
Mediante tantras e interminables mantras,
un monje ha adquirido el tamaño de un codo,
y viene volando en posición de loto.
La puerta de la tienda de campaña
se abre en silencio…
Veintiuna doncellas de ojos claros que todo lo ven
vienen ante el Buda.
De corazón puro, libres de penas,
ahora libres del mundo,
han abierto la puerta por completo y se detienen con asombro.
Una hija va hasta su madre
y una madre va hasta su hija,
y van en busca de lo profundo que les falta.

La puerta de la tienda de campaña
se abre en silencio…
y cada vez que esa puerta se abre en silencio,
le roba algunos soplos
a la luz roja de la vida.
Impermanentes peces de oro y de plata
parecen permanentes
en su interior.
Son felices a su manera
a la puerta de la tienda de campaña,
sosteniendo un farol dorado… 


Translated by Ivonne Martin